Ni lo pienses, porque se va a saber…

«Como el bordado en oro fino, el rumor forma parte de la herencia cultural cofrade»

En el microcosmos de las cofradías, donde se reza con devoción (cada vez menos), donde se supone que andamos entre gentes de fe… y donde se cuchichea con precisión quirúrgica, hay una verdad más inquebrantable que los propios estatutos. Es una de esas sentencias que se heredan como una medalla de cordón decolorido o una túnica de terciopelo rancio: “Si quieres que algo en cofradías no se sepa… ni lo pienses.”

Mi padre solía decirlo con la solemnidad con la que se anuncia una procesión magna. Y tenía razón porque aquí, en este bendito y azufrado mundo cofrade, hasta los pensamientos acaban en el más insospechado grupo de whatsapp® cualquiera…; porque aquí no basta con callarse: basta con pensarlo fuerte para que lo sepa media hermandad y, además, un par de dignísimos e inofensivos representantes de la prensa morada.

Los cabildos suelen celebrarse en los salones parroquiales, pero son ‘puro trámite’; el verdadero gobierno de una Hermandad se ejerce entre bancos, azulejos y vitrinas con fotos de color sepia como testigos. Lo realmente importante se decide antes, después o… muchas veces nunca; pero eso sí, siempre fuera del orden del día. Lo que se murmura en las sacristías y las casas de hermandad tiene más peso que lo que se habla en el cabildo. Allí se gestan golpes de timón, nombramientos encubiertos y destituciones con abrazo, placa y ramo de flores incluidos. En definitiva, el poder no está en el cargo en sí, sino en el gesto. Y el que lo sabe…lo usa.

En cofradías no existen las puñaladas traperas, sino más bien las de pasillo o galería, envuelta -eso sí- en cinta de raso o terciopelo perfumada con incienso y con una invitación a café: “Te lo digo como hermano, con caridad”, pero lo que suele venir después es dinamita bendita.

Como el bordado en oro fino, el rumor forma parte de la herencia cultural cofrade: “dicen que La Virgen este año va a estrenar…(ponga el lector lo primero que se le venga a la cabeza), pero no lo han anunciado. ¡Ay, el gozo de saber algo antes que nadie!, aunque sea una gran mentira. Porque muchas veces incluso da igual que sea verdad, lo verdaderamente importante es que suene verosímil y que haga daño en el sitio justo. Si la Semana Santa es el escenario, el cotilleo es la banda sonora en pianissimo.

En cada hermandad, que tiene su propio universo narrativo, hay personajes fijos y tramas enlazadas en mil y un capítulos que darían para más de una temporada entera de una moderna plataforma de ficción. Está el mayordomo que no se habla con el capataz desde la salida del 2005. La camarera que «no se mete en nada» pero que lo controla todo desde hace décadas. El fiscal que va diciendo que no repite… pero está midiendo los tiempos con cronómetro suizo. Y ese hermano silencioso que no falta a nada, pero que, cuando habla, se tambalean los que acaban de estrenarse en el Cabildo de Oficiales.

En las hermandades, salvo raras excepciones, no se grita. Aquí se hiere con educación, se abofetea con incienso y se dinamita con una cita evangélica. Las puñaladas son de terciopelo: se dan entre el besapiés y el besamanos, con una sonrisa y una promesa eternamente incumplida de ‘unidad y caridad’. Y lo peor es que duelen igual o más. Porque en cofradías, lo que mata no es el hecho en sí… sino cómo se gesta y cómo se cuenta. Algunos se persignan y otros, silenciosamente, toman nota…

Y aun con todo esto —las puñaladas más o menos suaves, los cafés envenenados, los ‘dimes’ con respuesta y los ‘diretes’ sin confirmación— uno vuelve. Vuelve cada cuaresma, cada ensayo, cada convocatoria de cultos, cada reparto de papeletas, cada día de la salida de la cofradía. Porque, al final, este caos sentimental con estandarte, túnicas y medallas, tiene algo de familia. Sí una familia profundamente disfuncional, desestructurada, ruidosa, muchas veces dolorosa y otras tantas insoportable o incómoda…pero irremediablemente tuya; de la que no puedes desprenderte porque entre sus muchos defectos están también los vínculos profundos, las amistades cultivadas, las historias compartidas, las emociones sinceras y esa extraña sensación de que formas parte de algo que, contra toda lógica humana y racional, te hace volver una y otra vez.

Así que ya sabes: si guardas en tu pecho un secreto cofradiero… no lo digas. Pero por Dios, ¡ni siquiera lo pienses!

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